El hecho puede resultar lejano. Por el tiempo transcurrido. Por la distancia geográfica. Y quizás también porque nos cuesta pensar hoy la apuesta de esa generación por cambiar de bases nuestra sociedad y construir un mundo más justo.
Desde la Secretaría de DDHH de Amsafe Rosario queremos recordar y rendir un pequeño homenaje a estxs compañerxs.
También repasar y revalorizar sus ideas, sus apuestas, sus luchas.
Compartimos un texto de Andrés Andrés Carminati, militante social y profesor de historia y un emotivo audio en donde el dirigente sindical Agustín Tosco despide a lxs compañerxs desde la prisión de Rawson.
Se cumplen 50 años de la Masacre de Trelew y quizás muchxs se pregunten legítimamente cuál es la importancia de recordar un hecho de hace cinco décadas, ocurrido en una fría y pequeña ciudad patagónica.
Ese año se cumplía el sexto aniversario de la dictadura autodenominada «Revolución Argentina», que había pretendido suspender violentamente toda forma de hacer política por veinte años, en nombre del «orden» y el «desarrollo». En tiempos signados por el triunfo de la revolución cubana y la existencia de diferentes movimientos contestatarios en todo el mundo, la cuarta dictadura del siglo XX en Argentina se fundaba en los principios de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que sostenía la idea que el enemigo estaba fronteras adentro. Después del golpe se cerró el congreso, se destituyó la Corte Suprema y se prohibieron todos los partidos políticos. A poco de iniciado el gobierno de Onganía se produjo la tristemente célebre «Noche de los bastones largos» y se desató una ofensiva contra las universidades. También se intervinieron diferentes organizaciones sindicales y se lanzó una campaña contra las empresas estatales y otros sectores considerados «atrasados». En Tucumán, por ejemplo, se cerraron 11 de los 27 ingenios azucareros existentes, lo que significó la eliminación de más de 50.000 puestos de trabajo.
Si bien los primeros años de la dictadura se caracterizaron por la ofensiva gubernamental y empresaria sobre el conjunto de los sectores populares, a partir de 1969 se iniciaron una serie de estallidos populares conocidos como «Azos», que atravesaron toda la geografía argentina y cambiaron radicalmente las correlaciones de fuerza. Aunque los más conocidos son los «Azos» del mayo rabioso del ‘69, primer Rosariazo y Cordobazo, hubo casi veinte pobladas de estas características: dos Tucumanazos, Mendozazo, Viborazo, Segundo Rosariazo, Salteñazo, Jujeñazo, Catamarcazo, Cipolletazo, Casildazo, Malargüinazo, Rocazo, Trelewazo, San Franciscazo, Carmelazo y Choconazo.
También desde mediados de los ‘60 se empezó a gestar una nueva izquierda en Argentina, que estuvo atravesada por dos grandes debates: el tema de la lucha armada y la (re)interpretación del peronismo. Cientos de grupos, de diversos tamaños y distintos orígenes, fueron confluyendo y realizando nuevas síntesis. Las más importantes, pero de ninguna manera las únicas, fueron Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Simplificando bastante, diremos que los dos primeros realizaron una síntesis entre peronismo y marxismo (y a partir de 1972 se fusionaron), mientras que el PRT tributaba un marxismo influenciado fundamentalmente por la revolución cubana y vietnamita.
Para 1972 muchxs militantes de estas tres organizaciones, y dirigentes sindicales como Agustín Tosco, se encontraban presos en la cárcel de máxima seguridad de Rawson. Un penal que desde el año anterior había destinado cuatro de sus ocho pabellones para lxs presxs políticxs. Durante los años previos, las organizaciones armadas habían protagonizado varias fugas de cárceles y comisarías por lo cual la dictadura decidió recluir en el claustro patagónico a quienes catalogaba como más «peligrosxs». La dictadura consideraba que era imposible que se produjera una fuga de allí. A lo sumo suponían que podría haber un intento de copamiento desde afuera, destinado al fracaso por el aislamiento geográfico y la presencia de la base naval de Trelew.
No obstante, lxs presxs políticxs de Rawson planificaron una fuga masiva cuyo eje central era la toma del penal desde adentro. Colectivamente fueron reconstruyendo un mapa de la cárcel y en contacto con las organizaciones fueron preparando la fuga. El 15 de agosto, sincronizadamente con la toma del penal, tres militantes copaban un avión comercial que aterrizaba en el aeropuerto de Trelew. Paralelamente, un auto, una camioneta y dos camiones que estaban apostados afuera, se preparaban para recoger a lxs presxs una vez que se concretara la toma, para conducirlos al aeropuerto. Toda la concepción y ejecución es digna de un guion de película. Pero algo falló. Los automóviles entrarían ante una señal que les confirmaría el éxito de la misión. Aparentemente el conductor de la camioneta escuchó unos disparos, creyó que la misión había fracasado y se retiró seguido por los camiones. El auto sí entró y recogió a los seis militantes que estaban en primer orden para fugarse, ya que eran miembros de la dirección de las organizaciones: Roberto Quieto y Marcos Osatinsky de las FAR, Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Enrique Gorriarán Merlo del PRT-ERP y Fernando Vaca Narvaja de Montoneros.
Al ver que no entraban los demás carros desde la cárcel empezaron a llamar taxis a la ciudad de Trelew. Como la ciudad es pequeña solo consiguieron tres, dónde se apiñaron diecinueve militantes. A toda carrera cubrieron la distancia entre Rawson y Trelew, pero cuando arribaron al aeropuerto el avión ya había partido. Decidieron tomar el aeropuerto y luego de que fallara la posibilidad de copar un segundo avión, entregarse con la garantía del respeto de sus vidas, ante la presencia de un juez y los medios de comunicación. A partir de ahí lxs dicienueve fueron conducidxs a la base naval Almirante Zar.
El 21 de agosto llegó la orden de matar a lxs detenidxs. Según lo que se ha podido determinar, la decisión fue tomada por el mismo presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, con el acuerdo de las tres fuerzas, el ministerio del interior y la Cámara Federal en lo penal. La sentencia de muerte fue ejecutada el 22 por la madrugada por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Sosa y del teniente Roberto Bravo, que hicieron salir a lxs presxs de sus celdas para luego ametrallarles a mansalva.
En la masacre murieron 16 militantes: Alejandro Ulla, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti y Rubén Pedro Bonet, pertenecientes al PRT-ERP; Alfredo Kohan, Carlos Astudillo y María Angélica Sabelli de las FAR; Susana Lesgart y Mariano Pujadas de Montoneros. La mayoría tenía veinti tantos años. Sólo Ana María Villareal, que además estaba embarazada, era mayor al resto, con 36 años.
Hubo tres sobrevivientes, Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, que inmortalizaron su testimonio en un libro del poeta y militante Paco Urondo: «La Patria Fusilada». Lxs tres fueron desaparecidxs durante la última dictadura.
La respuesta oficial fue la mentira. La marina emitió un comunicado sosteniendo que habían muerto en un nuevo intento de fuga. Sin embargo, la verdad era evidente. La dictadura, que se encontraba en retirada por el ascenso de las luchas populares, se cobraba la vida de quienes se habían atrevido a desafiar el orden marcial del capital. Días después, los funerales fueron reprimidos y no se permitió velar a lxs muertxs.
A contramano, el pueblo abrazó a lxs caídxs. Hay cientos de testimonios que afirman que su militancia se inició después de aquel 22 de agosto. En su nombre se escribieron poemas, rimas, folletos, canciones, se realizaron ilustraciones, grabados y múltiples homenajes.
La masacre guardaba un mensaje claro. Era un escarmiento por la osadía de la fuga. Una reacción ante la unidad de acción de las organizaciones guerrilleras. Una respuesta impotente a la Argentina de los «Azos».
Se convertía también en un antecedente claro de lo que eran capaces las fuerzas armadas.
Seguramente, para pensar Trelew hoy necesitamos recuperar las luchas populares de los 60-70, y acercarnos a esa militancia que estuvo dispuesta a cambiar todo lo que deba ser cambiado. Arrimarnos a la biografía de cada unx de ellxs, a las historias de las organizaciones que construyeron y de las gestas populares que tuvieron lugar aquellos años. Para ello hace falta también vencer las consecuencias profundas del terrorismo de estado, que nos enajenan de nuestra propia historia como pueblo.
Recuperar Trelew puede volver a poner sobre el tapete la pregunta sobre la misión de las fuerzas armadas y de seguridad, que en toda nuestra historia no han hecho más que desenvainar su cobardía sobre el pueblo para garantizar el orden de la miseria planificada.
Rememorar la Masacre de Trelew es también el puente para seguir construyendo las preguntas que necesitamos para hacer posible una Argentina justa e igualitaria, como la soñaran aquellxs diecinueve compañerxs y las luchas populares que los parieron.
Andrés Carminati
Compartimos también el discurso de Agustín Tosco sobre la masacre de Trelew y nuestra revista publicada en 2012: Revista Trelew