La destrucción de los ecosistemas por la acción de los hombres hace aumentar potencialmente el riesgo de contraer nuevas enfermedades. Atravesamos desde hace más de un año la Pandemia del COVID donde millones de personas se enfermaron, centenares de miles murieron y debemos soportar tremendas repercusiones sanitarias, económicas y sociales.
La Pandemia y las políticas económicas provocan pérdida de empleo, precarización laboral, situaciones de riesgo que se agravan todos los días, el deterioro acumulado de los servicios públicos, entre ellos el sistema de salud demostrándose que los ajustes matan.
Las brechas económicas, sociales y digitales se han visibilizado como nunca, la desigualdad y la fragmentación no paran de crecer.
En nuestra región el deterioro ambiental tiene distintas manifestaciones: desde el uso indiscriminado de los agrotóxicos que envenenan y contaminan la vida de poblaciones enteras, las quemas de las islas destruyendo la biodiversidad de los humedales, la hidrovía y sus impactos vinculados a desequilibrios ecosistémicos y de población humana, como así también el estractivismo urbano de negocios inmobiliarios que mercantilizan el derecho a la vivienda sacrificando los espacios verdes y públicos.
En estos días se terminó de reglamentar la Ley de Educación Ambiental Integral, como educadorxs tenemos un desafío que es avanzar en las escuelas desde una práctica social crítica, problematizadora que ponga la mirada en el territorio alentando alternativas a favor de las personas y no de los contaminadores.
Es tiempo de lucha por el respeto al medio en el que vivimos. Tiene que ser una lucha integral por la igualdad, el respeto pleno de los derechos humanos y al resto de las especies con las que convivimos en el planeta. No hay salud humana en ambientes enfermos.