Ya se cumple un año de tu muerte… fueron tantas las cosas que nos pasaron… Tu hija siguió creciendo, se hizo grande y fuerte. Gritó tu nombre en los pasillos de los tribunales pidiendo justicia y se levantó cada mañana buscando la verdad. Con ella aprendimos a no resignarnos. Con ella, con tus hermanos, con los chicos y las chicas de las escuelas, los docentes nos abrazamos. Necesitamos estar en las calles, marchando juntos todos los que te extrañamos.
En este sistema injusto y desigual siempre existirán los funcionales que busquen las razones para explicar el espanto: “algo habrán hecho, y si no lo hicieron acaso lo pensaron. O fue la ropa, la actitud, el carácter, las ideas, la identidad sexual y de género, la portación de cara, la condición social, el color de la piel”. Cuando estos argumentos son esgrimidos por quienes tiene la obligación de esclarecer los hechos, estamos en presencia de algo muy grave. La violencia se vuelve institucional cuando desde el poder se encubre al poder, tratando de justificar lo injustificable. Investigar a la víctima es la estrategia utilizada para re victimizarla e inventar un perfil patológico que la haga merecedora del “desenlace fatal”, luego se repiten los argumentos la cantidad de veces necesarias hasta que los oídos se acostumbren y lo habitual se vuela natural. Pero quienes te conocimos no permitiremos que nadie de crédito a las injurias con que pretendieron difamarte, porque el guardapolvo no nos protege cuando los cuentos son de terror y de finales macabros. Por eso, hasta que se haga Justicia, contaremos una y otra vez tu historia, así como vos contabas bellos cuentos a las infancias.
Cubriremos de antorchas el cielo de Rosario, para llenar con memoria este inmenso vacío. Nada puede remediar lo irreparable, pero si podemos impedir que nos gane el cansancio. Porque sabemos que allí donde la impunidad cabalga, la educación fracasa.
Para poder reparar.
Para poder consolar.
Para poder educar.
Volveremos una vez y otra vez a gritar:
Justicia por María de los Ángeles.