A María de los Ángeles:
Debo romper el nudo que oprime mi garganta.
Debo poner palabras.
Debo contar esta historia.
Debo, aunque me pese, escribirla en tiempo pasado.
María de los Ángeles era bibliotecaria.
Trabajaba en dos escuelas porque con una sola el salario no le alcanzaba para vivir dignamente. Tenía una hija, a quien tanto amaba.
La conocí en la escuela. Siempre fue muy responsable y comprometida con sus tareas. Más de una vez planificamos juntas la hora del cuento. ¿Qué autor les gustaría más a los chicos y las chicas de los primeros grados? ¿Laura Devetach, Elsa Borneman, Gustavo Roldán? ¿Se disfrazaría o haría títeres? ¿Cómo construiría el contador más atractivo para la maratón de la lectura? ¿Cómo acondicionaría cada espacio? Muchas de estas ideas motivaban sus charlas.
Cuando consiguió la casita propia sintió que mejoraría su situación. Lo único que quedaba tan lejos, allá en “la Zona Cero”. Cuando regresaba sola a la noche, después del doble turno, más de una vez sentía miedo, por eso mucha plata del sueldo se le iba en taxis. Aunque el dinero no le sobraba, prefería estar segura, porque tenía por quién velar.
Por esas cosas de la negación esa mañana salteé la noticia del portal, por eso me enteré en la escuela. No lo podía creer. Una pesadilla siniestra nos conmovía: María de los Ángeles había muerto la noche anterior en la comisaría.
Encontrarse con compañeros en medio de tanta pena siempre es bueno. En el velorio conocí a su familia, a su queridísima hija. A sus compañeros y compañeras de otras escuelas, a las madres de la cooperadora, a otras bibliotecarias que contaron de sus actividades en la asociación. Pero también me enteré que la habían esposado, que murió sola en una celda. Primero fueron dudas, preguntas que buscan insistentes una respuesta desesperada. Pero poco a poco el dolor se nos fue haciendo urgencia y reclamo para esclarecer las circunstancias de su muerte. Así surgieron las reuniones en el gremio ante la necesidad de juntarnos para exigir respuestas.
Cuando la violencia se vuelve institucional.
Cuando las respuestas no nos satisfacen porque buscan culpabilizar a las víctimas.
Cuando desde el poder se justifica lo injustificable.
Necesitamos dejar de tragar saliva y rabia, y pasar la voz de alerta. Sacar nuestros trapitos al sol y ventilarlos. Sembrar las calles y hacer ruido. Mucho ruido. Cantar bien alto y fuerte. Agarrarnos de las manos para que no nos intimiden los viejos fantasmas.
Escribir en pasado para hablar de María de los Ángeles me resulta demasiado injusto, porque se fue de la escuela con el guardapolvo puesto, planificando la jornada del día siguiente y pensando en el futuro.
El estado debe darles una respuesta a los chicos y las chicas de primero porque su bibliotecaria ya no se sentará en la ronda a contarles el cuento que tanto esperaban.
Necesitamos ser muchos para unir nuestras voces pidiendo el esclarecimiento de su muerte.
¡Justicia por María de los Ángeles!
Betty Jouve