El 17 de setiembre de este año, murió otro joven Qom atropellado por una camioneta, otro integrante de la Comunidad Colonia Primavera.
No es, para indignación de todos, un caso aislado. Para hacer honor a la verdad, los que son calificados como accidentes, son verdaderos asesinatos de integrantes de pueblos originarios. Según Darío Aranda en lo que va del 2014, pueblos indígenas y campesinos de la Argentina sufrieron al menos ocho hechos de violencia por reclamos territoriales y sociales. En octubre del pasado año, murió quemado un bebé Qom en el hospital de Pampa del Indio por estar en una incubadora improvisada y por ello se mantienen reclamos por mejoras en la atención sanitaria.
Muchas organizaciones denuncian la falta de alimentos y la manipulación que sufren al tener que comprar en determinados negocios con precios abusivos.
Hace años, décadas, siglos, que el destino se repite para estos pueblos. Destino marcado por las sucesivas políticas que simulan reconocer sus derechos, sus tierras, sus costumbres, su identidad y la necesidad de integrarse como ciudadanos argentinos. Pero aquello que fue escrito en hojas constitucionales nunca se cumplió en la realidad.
Al mismo tiempo que se promulgan ciertas leyes que supuestamente son el resguardo para estas comunidades, se van otorgando a precio irrisorio las tierras a grandes terratenientes o empresas sojeras monopólicas que hace largo tiempo vienen expoliando nuestros suelos. La foto que se repite en Chaco, Formosa, Rio Negro, Neuquén, es la imagen de grandes máquinas topadoras derribando árboles, sembrados, corrales, chozas y casas. No importa si los niños quedan sin techo. No importa si al momento de arremeter, existen mujeres embarazadas. No importa si hay heridos. Acá la vida cuesta menos que una moneda. O mejor dicho acá, la vida no tiene viabilidad según esta política. Lo que importa es la rentabilidad, el precio de la tonelada de soja, lo que importa es el petróleo que subyace. Es decir, cambiamos vidas por exportación de recursos naturales a beneficio de un puñado de empresas. Y lo que es peor aún, a cada reclamo justo por las mínimas condiciones de vida la respuesta siempre es la represión, la única respuesta que sabe hacer este feudalismo disfrazado de progresismo.
Quienes nos sentimos herederos de estos pueblos. Quienes no negamos nuestros orígenes. Quienes sostenemos con coherencia la palabra y la práctica decimos hoy, último día de libertad de los pueblos originarios de América Latina, que es justa y necesaria su lucha. Y que no bajaremos los brazos hasta lograr una sociedad donde todas las comunidades originarias tengan plenos derechos y gocen de las libertades democráticas.