El señor gobernador nos pidió a las y los docentes que reflexionemos, así que, obedientemente, me tomé el fin de semana para pensar.
Reflexioné sobre mi paso por las escuelas primarias públicas, durante treinta y tres años. Cada marzo lavé y planché el guardapolvo, y lo dejé colgado en la percha, a la espera de la resolución del conflicto. El bautismo de fuego lo tuve a un año de recibida: la gran huelga nacional del '88 y la histórica marcha blanca. En el '93 estrené el presentismo. El Ministro Bondesío, haciendo gala de su oficio, había montado un verdadero trabajo de ingeniería para terminar “con el abuso”. Ganábamos 400 pesos, y 80 eran de premio. Gripes, resfríos, fiebres mejoraban con aspirinas. Pastillas de carbón para las diarreas inoportunas. Caramelos de propóleo para las disfonías y lenguaje de señas para los casos más agudos. Inyecciones de corticoides para las lumbalgias, dar la clase sentada si los dolores no se calmaban. La lista de psicofármacos y consejos pasaba de boca en boca. Recuerdo a una compañera, que entre estornudos y mocos me dijo: “yo no tengo problema para enfermarme, el problema lo tengo para curarme. Así que vengo igual, si no pierdo el presentismo me puedo comprar los remedios.” La mordaza estaba puesta en el bolsillo. El peso en el cuerpo lo sentimos varios años después. Se ve que para esas épocas yo ya reflexionaba, porque encontré entre mis escritos una pregunta que decía: ¿quién abusa de quién?
Siguiendo el hilo de mis pensamientos llegué a los discursos actuales. Parece que el pasado se repite, pero eso sí, con nuevos nombres. Ahora se trata del Premio a la Asistencia Perfecta. Es que cada gestión tiene su propio glosario. Esta es la original estrategia que diseñaron para no hablar de las condiciones de trabajo que enferman a las y los docentes. Me llamó especialmente la atención el uso de la información que hace el gobierno, sobre todo con los datos de las licencias por cuidado de familiar. ¿Sabrán que la docencia en nuestro país surgió como un trabajo femenizado porque se consideraba a la mujer como la educadora “natural”, y a la educación como la continuación de la tarea doméstica? En realidad, las razones siempre fueron económicas porque a las mujeres se les pagan salarios más bajos que a los hombres. Claro que esta marca histórica conlleva otros aditamentos, porque en la desigual distribución del trabajo, las tareas de cuidado, recaen mayoritariamente sobre las mujeres. Pero pareciera que la docencia y sus familias no pueden enfermarse. ¿Será por eso que el IAPOS está cortado? En estos días escuchamos, entre otros, casos de compañeras con tratamientos oncológicos suspendidos, que debieron pagar fortunas para hacerse los estudios necesarios para el cuidado de su salud. ¡Cuánta angustia y cuánta impotencia!
Pero no me di por vencida, seguí reflexionando y llegué hasta la acusación preferida que esgrimen los gobiernos cuando hacemos paros: “no piensan en los chicos”. Esa no falla, aparece siempre, y es una de la que más nos duele, porque nos endilgan la responsabilidad que a ellos les compete: garantizar el derecho a la educación. Desconocen de este modo el alto grado de implicación emocional que conlleva nuestra tarea. Es que desprestigiar la figura del docente es el arma privilegiada que empuñan desde el poder de turno. Pero esto tiene un costo muy alto. Entre otras cosas, porque desde la Modernidad a esta parte las niñeces aprenden en las escuelas. ¿Cómo dejarlas en manos de estos seres innobles y haraganes que toman de rehenes a las criaturas? ¿Acaso es posible, de un día para el otro, reponer la figura del docente como adulto que enseña, sostiene y guía? ¿Qué efectos producen sobre la comunidad educativa estos discursos cargados de desprecio hacia las y los educadores? Porque la experiencia nos ha demostrado, que cuando se acaba el paro, la vida en las aulas continúa. Y esos, a quienes se los tildó de vagos e irresponsables, serán los encargados de construir el vínculo pedagógico para que el conocimiento acontezca. Serán quienes permanezcan en los salones, compartiendo los dolores y los pesares con los chicos, las chicas y sus familias. Serán quienes diseñen intervenciones para zurcir subjetividades diezmadas ante tanta realidad que golpea y lastima.
Aguijoneada por la pregunta de cómo hacer para que la defensa de la escuela pública sea mucho más que un discurso que se escribe con la mano en los papeles y se borra con el codo al otro día, pensé que tendremos que aprender a fabricar el antídoto para inmunizarnos ante tanto descrédito y desencanto. Porque la defensa de la escuela pública no se mide por la grandilocuencia de los discursos ni por las fotos que se suben a las redes. Existen algunos indicadores muy concretos que tienen que ver con cuánto invierte el gobierno para sostener a las escuelas y en cómo trata a la docencia. Porque las condiciones de trabajo de las y los docentes son las condiciones en que aprenderán nuestras infancias. La extorsión y las amenazas no resuelven los conflictos, los agravan. Además, ahí está la realidad, terca y porfiada. Porque los gobiernos y los ministros, pasan. Pero las escuelas, resisten y quedan. Todavía quedan.
Yo, vos, ella, él, nosotras y nosotros reflexionamos más allá de quienes nos lo pidan. Señor gobernador, ustedes ¿reflexionarán algún día?
Betty Jouve